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ASTRONOMÍA

Vulcano: ¿Planeta o leyenda?

Recreación de la multitudinaria observación del eclipse de sol de 1860 desde Aguilar de Campoo (Palencia). Imagen publicada en The illustrated London news el 4 de agosto de 1860.

Ilustraciones del eclipse de sol de 1860 pertenecientes a la expedición de Angelo Secchi al Desierto de Las Palmas, tal como fueron publicadas en el periódico El álbum de las familias.

El observatorio de Edmond Lescarbault en la localidad francesa de Orgères-en-Beauce. (Foto: L. Martin)

El tránsito de Venus por el Sol del 6 de junio de 2012 nos ha recordado la épica de los grandes acontecimientos astronómicos y la pasión que despierta su observación en todo el mundo. Aunque en España su seguimiento ha sido menor, millones de personas de todo el planeta han podido contemplarlo muy bien, tanto directamente desde los lugares en que era visible en buenas condiciones como a través de internet. En contra de lo que puedan pensar muchos, además de su espectacularidad visual, los tránsitos de Venus y Mercurio, así como los eclipses de sol, han sido utilizados por los astrónomos a lo largo de la historia para hacer nuevos cálculos de la distancia de la Tierra al astro rey, para conocer mejor las órbitas planetarias o para determinar la composición del Sistema Solar.

Alteraciones en el perihelio de Mercurio

Después de que el astrónomo alemán Johann Galle descubriera Neptuno en 1846 gracias a los cálculos del inglés John Couch Adams y del francés Urbain Jean Joseph Le Verrier, éste sugirió la existencia de un planeta más cercano al Sol que Mercurio, al que llamó Vulcano. Aunque no pudo observarlo nunca y murió sin confirmar o desmentir su existencia, Le Verrier se basó en el testimonio de varios astrónomos de su época, fundamentalmente el de Edmond Lescarbault, que aseguraban haber visto con su telescopio un planeta cruzando en tránsito el disco solar de la misma forma que lo hacen periódicamente Mercurio y Venus. Los datos aportados por Lescarbault, así como observaciones de otros astrónomos que le enviaron sus informes, impulsaron a Le Verrier a anunciar la existencia de Vulcano. Su hipótesis estaba sustentada también por los cambios que sufría la órbita de Mercurio, cuyo perihelio -su posición más cercana al Sol- registraba oscilaciones que, aparentemente, sólo podían explicarse por las alteraciones gravitatorias de algún planeta cercano y no observado hasta entonces. Por ello, durante la segunda mitad del siglo XIX gran parte de la humanidad estuvo convencida de que Vulcano habitaba el infernal espacio existente entre el Sol y Mercurio, aunque la opinión de los astrónomos estaba muy dividida al respecto.

Debido a la cercanía de su órbita al Sol, las únicas opciones para poder observarlo se debían dar, supuestamente, durante los eclipses solares o en las fechas en las que Vulcano hiciera un tránsito por el disco solar, de la misma forma que Venus lo hizo en la madrugada del 5 al 6 de junio de 2012. Por ello, Le Verrier incitó a la comunidad astronómica de su época a buscar Vulcano durante los eclipses de Sol y, de acuerdo con sus propios cálculos, vaticinó que el misterioso planeta cruzaría el Sol en tránsito el día 22 de marzo de 1877, coincidiendo con el equinoccio de primavera. Antes de ello, el eclipse total de sol del 18 de julio de 1860 se convirtió en la primera gran cita mundial con Vulcano.

El eclipse de sol de 1860

Aquel eclipse tuvo una gran repercusión en España, porque la franja de visibilidad de la fase de totalidad cruzaba parte de Baleares y la Península, que recibió a varios grupos científicos internacionales para la observación del fenómeno. Uno de ellos, liderado por el inglés Warren de la Rue, se estableció en la localidad alavesa de Ribavellosa, mientras que otro, encabezado por el jesuita italiano Angelo Secchi, director del Observatorio del Colegio de Roma, lo hizo desde el Desierto de Las Palmas (Castelló). Los resultados científicos de este último equipo tuvieron gran eco internacional, ya que se lograron excelentes fotografías de la corona y las protuberancias solares. Estas imágenes no fueron obra de Secchi, sino del científico valenciano José Monserrat y Riutort, cuya trayectoria y obra conocemos muy bien actualmente gracias a la investigación de profesores como Antonio Ten, Joaquín Castro y José María López Piñero entre otros. Monserrat fue el astrofotógrafo de aquel importante eclipse y sus imágenes pasaron a la posteridad, aunque a final la autoría de las imágenes de la expedición se atribuyeron con el tiempo al profesor Secchi, una de las autoridades astronómicas de la época, tal como subrayan los investigadores Víctor Navarro y Jesús Catalá en su estudio histórico sobre la Universidad de Valencia.

Simon Newcomb y Albert Einstein

Pero lo cierto es que ni el grupo de Secchi en el Desierto de Las Palmas ni el de Warren de la Rue en Álava vieron durante el eclipse nada que permitiese confirmar que Vulcano andaba por ahí. Allí, como en el resto de lugares donde se observó el eclipse, el planeta dio plantón a los astrónomos. Diecisiete años después se depositaron todas las esperanzas en la profecía de Le Verrier: el tránsito de Vulcano previsto por él para el 22 de marzo de 1877, pero el planeta tampoco acudió a la cita. Le Verrier murió seis meses más tarde, en septiembre de aquel mismo año, y lo hizo convencido de la existencia del planeta, pero la realidad es que con su desaparición también murió la expectación popular. No fue solamente que al apagarse la labor científica del astrónomo francés se acalló el rumor sobre la existencia del planeta, sino que la hipótesis recibió varios golpes fatales en las décadas posteriores. Primero, el astrónomo norteamericano Simon Newcomb aportó estudios muy precisos sobre las características que debía tener un hipotético planeta tan cercano al Sol, y sus cálculos daban a entender que, si estaba ahí, era prácticamente imposible que no se hubiese visto en ningún eclipse.

Después, la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein y sus postulados sobre la curvatura del espacio hicieron el resto. En el eclipse de sol de 1919 se comprobó que, efectivamente, la luz de algunas estrellas se curvaba por la gravedad en las inmediaciones del Sol, tal como teorizaba Einstein. Esto aportaba una explicación a las alteraciones del perihelio de Mercurio, sin necesidad de que algún planeta las causara con su influjo gravitatorio. La astronomía y el resto del mundo se olvidaron de Vulcano, aunque, eso sí, su leyenda sigue escrita en la literatura astronómica y, si bien nadie ha demostrado que exista, tampoco nadie ha hecho lo contrario.

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