Estrellas y Borrascas

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CLIMA

El mito de la gota fría

Tormenta en las proximidades de Valencia en verano de 1988. (Foto: Vicente Aupí)

Imagen del satélite Meteosat del 7 de noviembre de 1982, durante el temporal de lluvias torrenciales que afectó a Cataluña, el norte de Aragón y Andorra. (Foto: Eumetsat)

No tiene remedio. La mayoría de la gente sigue convencida de que la causa principal de todo temporal de lluvias torrenciales es la gota fría. Desde octubre de 1982, cuando se produjo la gigantesca riada del Turia que destruyó la presa de Tous (Valencia), casi siempre se produce esta asociación de ideas, que es errónea. Numerosos meteorólogos e investigadores llevan décadas insistiendo en que gota fría no equivale a inundación, pero la realidad es que siempre que hay inundación, en la calle se le echa la culpa a una gota fría. Sin embargo, estamos ante algo mucho más complejo, ya que las claves residen en una conjunción de factores para la que es son propicios los meses otoñales en esta zona de España. Pero quien se piense que una gota fría es, por sí misma, el detonante del problema, está en un craso error. Para que nos hagamos una idea, todos los meses deambulan por encima de nuestras cabezas las gotas frías, pero en invierno no solemos enterarnos porque el mar, que es el germen del proceso, está frío y no actúa como motor que genera aire húmedo y cálido.

Cúmulo de factores

En cambio, en septiembre y octubre, el agua del Mediterráneo aún está caliente (factor 1), y si hay una borrasca en superficie (factor 2) al sur de la enínsula Ibérica —un centro de bajas presiones con giro ciclónico, es decir, movimiento del aire en sentido contrario a las agujas del reloj—, la circulación atmosférica empuja vientos de levante (factor 3), cargados de humedad, hacia el interior. Eso también puede hacerlo un anticiclón situado al norte de España —movimiento en sentido horario, o sea, inmverso al de las borrascas— o ambos juntos, pero una de las claves más importantes viene después: la presencia de un notable relieve montañoso (factor 4) que condiciona el perfil orográfico frente a la fachada mediterránea, con un gran desnivel entre la línea de costa y el interior, y que otorga al territorio las características de una cuenca cerrada. Macizos como el del Caroig yen la Comunidad Valenciana, que jalonan la zona prelitoral a escasa distancia del mar, actúan como barrera y fuerzan a ascender el aire cálido y húmedo que choca contra ellas. Ese aire, además, es succionado hacia arriba si existe una gota fría en las capas altas, con temperaturas de –20 a –25 grados a unos 5.000 o 5.500 metros de altitud.

Cuando eso sucede, el aire cálido que llegaba desde el mar se enfría en su obligada ascensión hacia las capas altas y ya no puede retener la humedad en forma de vapor de agua (estado gaseoso), por lo que se satura y se desencadena un espectacular proceso de condensación en forma de gotas de lluvia, que se precipita a la superficie a veces con intensidades torrenciales. Las cantidades que caigan, las zonas afectadas y la mayor o menor intensidad dependen de estos factores, de su posición y de otros muchos matices, pero los grandes temporales catalogados como efemérides históricas han tenido esos ingredientes principales en las comunidades mediterráneas españolas. Cuando falla cualquiera de ellos, el temporal pierde intensidad o se producen solamente fenómenos más localizados. El cúmulo de matices es enorme, pero la singularidad de los temporales de levante no reside en la aparición de las gotas frías, sino en el cúmulo de condiciones que se dan cita muchos otoños en la España mediterránea. La temida gota de aire frío no es más que una de ellas, pero no nos engañemos: también puede llover torrencialmente sin que esté presente.

DANA: un nuevo concepto científico

Dicho esto, no está de más aclarar lo que es una gota fría. Se trata de una bolsa de aire desgajada del chorro polar, una corriente de aire que circula en la alta atmósfera en nuestras latitudes y que se mueve de forma ondulatoria. Cuando una de esas ondas se estrangula, acaba desprendiéndose del chorro y queda aislada en las capas altas, con temperaturas muy bajas que contrastan con el ambiente cálido en superficie, dando lugar a una gota fría. De hecho, cuando los meteorólogos alemanes e ingleses empezaron a investigarlas a mediados del siglo XX se dieron cuenta de que uno de los problemas era que su presencia no se reflejaba en los mapas de presión atmosférica en superficie. En la actualidad, por contra, se detectan rápidamente gracias a las nuevas tecnologías y los modelos predictivos permiten saber si hay una alta probabilidad de que se formen en el plazo de unos días.

La permanente asociación popular de las gotas frías con fenómenos adversos ha motivado la introducción de un término nuevo y avanzado: depresión aislada en niveles altos (DANA), que científicamente engloba más aspectos y es utilizado en el argot técnico por numerosos meteorólogos, pero en esencia hablamos de dos nombres distintos para el mismo fenómeno. La sociedad lo ha mitificado y, como la mayoría de los mitos, está sobrevalorado.

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