La portada del diario La Vanguardia del 4 de febrero de 1956 lo dice todo acerca del alcance de la famosa ola de frío.
Distribución de las temperaturas mínimas en febrero de 1956 en la mitad oriental peninsular. Mapa de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).
Temperaturas sobre Europa el 11 de febrero de 1956 a unos 1.500 metros de altitud (850 milibares). El color azul oscuro, identificativo de las masas más frías, delata la trayectoria de la invasión de aire polar. (Imagen: Wetterzentrale)
Sucedió hace poco más de medio siglo. En un escenario propio de la edad de hielo, Europa vivió los mayores fríos del siglo XX y España no sólo no escapó del golpe, sino que sufrió de lleno las temperaturas más bajas desde los gélidos temporales del siglo XIX, la época en la que todavía se helaban el Támesis en Londres y el Ebro en Tortosa, junto a su desembocadura en el dulce Mediterráneo. Aquel mes de hace 50 años fue posible observar carámbanos en las aguas heladas del Mare Nostrum, y tierra adentro los olivos y los naranjos sucumbieron por docenas en Andalucía y la Comunidad Valenciana, cuyos apacibles climas se torcieron para dar paso a una enorme masa de aire siberiano que quedó estancada sobre España desde principio hasta final de mes.
Asimismo, la protagonista de febrero de 1956 no fue la nieve, sino el mayor enemigo del campo en la vertiente mediterránea: las heladas negras. En la hoja de observaciones meteorológicas que permanece archivada en la sede de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en Valencia está plasmado que a lo largo del fatídico mes no se registró ni un solo día de escarcha, pero en cambio sí que constan 12 días de helada en el observatorio de la capital. Fue aire extraordinariamente seco, que mordió sin piedad toda la franja costera mediterránea, donde fuera de las grandes ciudades el número de días con temperaturas bajo cero aun fue muy superior. En las comarcas más frías del interior estuvo helando prácticamente todo el mes, tanto de noche como a pleno día, y en la franja litoral valenciana los termómetros cayeron hasta valores que no se daban desde finales del siglo XIX.
Aunque ya era conocido en la tradición agrícola de numerosas zonas de España, febrero de 1956 consolidó el concepto de helada negra en la literatura meteorológica. Su denominación se debe a que las masas de aire que las causan son tan secas que no producen la escarcha de las típicas noches invernales, por lo que la helada sólo se aprecia visualmente por los daños sobre los frutales y los cultivos, que son desastrosos.
En aquel febrero el registro más bajo de la Comunidad Valenciana se dio en el término de Vistabella, en San Juan de Penyagolosa, que el día 12 alcanzó los –19 °C. Castellfort dio –17 y las localidades de Bocairent y Villena compartieron –15. Ya junto a la costa, además de los –7,2 de Valencia, los –4,6 de Alicante y los –7,3 de Castelló —las mínimas históricas del siglo XX—, sobresalen los –9,5 de Manises, los –8,5 de Gandia y los –8 de Benicarló. Pero lo importante no fueron esos récordos, sino la anómala circunstancia de que en muchas de estas poblaciones heló más de 15 o 20 días del mes, según los casos, y de forma muy persistente, lo que causó una enorme catástrofe para la agricultura valenciana.
Respecto a otros episodios fríos, una de las grandes diferencias de la situación atmosférica de febrero de 1956 se concretó en que estuvo gobernada por un potente anticiclón situado entre el archipiélago británico e Islandia, que conjuntamente con una borrasca en el golfo de Génova canalizó aire polar extraordinariamente frío que alcanzaba la Península por su flanco este, mucho más afectado que la vertiente occidental. El aire seco y glacial y los cielos despejados se aliaron para favorecer heladas extraordinarias que no han vuelto a repetirse.
Aun así, José Ángel Núñez, de la Aemet nos recuerda que en el siglo XIX se dieron episodios más gélidos, como el de enero de 1891, en el que Valencia marcó su récord absoluto de frío desde que se iniciaron las observaciones meteorológicas en la capital en 1869. El 18 de enero de 1891 Valencia llegó a –8,0, en un mes en el que la ciudad del Turia tuvo 18 días de helada, es decir, seis más que en febrero de 1956. Núñez apostilla, asimismo, que 1891 fue el último año en el que el río Ebro se heló en Tortosa.
En febrero de 1956 se registraron tres invasiones de aire polar, las dos primeras los días 2 y 11 y la última a fin de mes. Sin embargo, Inocencio Font Tullot, uno de los grandes estudiosos de la climatología española, siempre sostuvo que en realidad se trató de una única invasión de aire polar que abarcó todo el mes y que estuvo dividida en tres oleadas sucesivas que alcanzaron su máximo los mencionados días.
Años de grandes fríos
Febrero de 1956 sigue siendo un buen ejemplo a la hora de analizar el cambio que se ha producido en el clima de España en el último medio siglo, porque si bien se trata de uno de los acontecimientos más extremados del siglo XX, en realidad se produjo en una época en la que las olas de frío eran mucho más frecuentes que en las últimas décadas del siglo pasado. Efectivamente, a mediados del siglo XX España fue escenario de grandes fríos, como prueban los datos de los meses de enero de 1944, 1945, 1946, 1947, 1952, 1954 y 1957, y los de febrero de 1954, 1963 y 1965, entre otros. En la extraordinaria ola de frío de enero de 1945 se alcanzaron los –27,6 °C en el aeródromo de Ávila, en enero de 1952 los –28,2 °C en Molina de Aragón (Guadalajara), y en diciembre de 1963 los –30 °C en el extinto aeródromo que en aquella época existía entre las poblaciones turolenses de Fuentes Claras y Calamocha. Asimismo, en enero de 1957 se alcanzaron los –24 °C en Villena (Alicante), que, según la información actualizada de la Aemet, suponen el récord oficial de frío en la Comunidad Valenciana, mientras que en febrero de 1954 se dieron los –22 de Castellfort, el segundo registro más bajo.
Entre unas olas de frío y otras existen muchos matices, como el hecho de que en las de 1945, 1946, 1947 y 1954 los temporales de nieve desempeñaron un papel destacado. En febrero de 1956, sin embargo, aunque también nevó en muchas zonas, se vivió un mes de cielos muy despejados, y eso propició la catástrofe agrícola. Debe recordarse, asimismo, que el día 2 de febrero de 1956, en la primera acometida de aire ártico, se alcanzaron –32 °C en el Estany Gento, un observatorio de la provincia de Lleida situado a más de 2.000 metros de altitud. Es la temperatura más baja que se ha registrado en la red de observación meteorológica española desde que existe, según la Aemet.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
Todos los derechos reservados.
© Vicente Aupí. Salvo indicación en contra todos los textos y las fotografías son del autor. Su uso o reproducción sólo se permite mediante la correspondiente autorización previa.
CONTACTO | ENLACES