órica imagen del fotógrafo Antonio García Peris, suegro del pintor Joaquín Sorolla. (Foto: Museo Sorolla)
Tormenta en las afueras de Valencia en agosto de 1988. (Foto: Vicente Aupí)
Cálida y deslumbrante. Son los dos atributos atmosféricos que mejor definen el clima de Valencia, considerado envidiable por muchos de los turistas que llegan a la ciudad atraídos por el sol del Mediterráneo. La luz que alumbra la ciudad, tanto en invierno como en verano, es comentario generalizado de sus visitantes, tanto de aquellos que llegan de países con climas más fríos y húmedos, caso de Inglaterra y Alemania, como de las gentes de ciudades del Cantábrico —Santander y Oviedo, por ejemplo—, que destacan admiradas la atmósfera diáfana que envuelve la capital valenciana durante la mayor parte del año.
Valencia ejemplifica, ciertamente, el dulce clima que ha convertido en mito las costas mediterráneas españolas, aunque como en todas las leyendas la realidad se encarga de desmitificar parte de las creencias populares. Y en estos últimos años esta realidad se ha traducido, merced al crecimiento del área metropolitana, en la alteración de las condiciones meteorológicas, con la formación de una notable isla de calor, y en el taponamiento del régimen de brisas que durante los meses estivales alivian las altas temperaturas en el conjunto del litoral mediterráneo.
Como sucede en otras zonas de Espa ña y del resto del hemisferio norte, en la actualidad las estaciones del año ya no están tan definidas como a mediados del siglo XX, circunstancia que en Valencia podría estar acentuando el mencionado efecto de la isla de calor, que en los últimos decenios está modelando un clima propio, un microclima urbano diferente en muchos aspectos —sobre todo en el régimen térmico— al de las zonas rurales de su entorno. Los inviernos, salvo las semanas próximas al solsticio —en torno al 21 de diciembre— y los primeros días del año, suelen ser tibios, y los veranos, cada vez más calurosos. En los meses de junio, julio, agosto y septiembre ha aumentado de forma notable el número de noches tropicales, es decir, aquellas en las que las temperaturas no bajan de los 20 °C, lo que en el centro de la ciudad hace más difícil el llamado bienestar climático, al mantenerse las temperaturas por encima de los valores necesarios para el confort de nuestro organismo. El verano actual, pues, es más extremado que el que podía disfrutarse hace varias décadas.
De cualquier forma, invierno y verano mantienen los rasgos propios de la estación, pero la primavera y el otoño han perdido, en cambio, algunas de sus señas de identidad. Estas dos estaciones, que en realidad son de transición, muestran tales signos de variabilidad en el clima actual, que muchos años es impredecible el comportamiento de la atmósfera, aunque esto no es algo exclusivo de Valencia, sino que también afecta al resto del Mediterráneo y de España.
La calidez como régimen térmico
Con una temperatura media anual de 17,8 °C —dato del periodo climático de referencia 1971-2000—, Valencia forma parte de la pléyade de capitales más cálidas de la Península. Esa media anual es la misma que tienen Alicante y Murcia, y únicamente es superada por Almería —la más cálida, con 18,7 °C—, Málaga, Sevilla, Cádiz y Huelva.
Salvo en julio y agosto, el régimen térmico es suave. El trimestre invernal, de diciembre a febrero, no suele ser frío y durante las horas centrales del día lo habitual es que los termómetros se muevan en torno a valores muy agradables de entre 15 y 20 °C. Enero, con una temperatura media de 11,5 °C, es el mes más frío, seguido de diciembre (12,4) y febrero (12,6), que si antiguamente tenía fama por sus temibles olas de frío, en la actualidad suele destacar más por la llegada de oleadas de aire cálido de poniente, que le otorgan matices casi primaverales que no tenía antes. A mediados del siglo XX febrero era algo más frío que diciembre, pero en la actualidad es dos décimas más cálido en promedio.
Agosto y julio son, por este orden, los meses más cálidos, con temperaturas medias de 25,5 y 24,9 °C, respectivamente. En ambos, sin embargo, el régimen de brisas propio de una ciudad bañada por el Mediterráneo consigue suavizar extraordinariamente el calor, de forma que el promedio de las temperaturas máximas diarias no supera los 30 °C en ninguno de los dos meses. No obstante, resulta evidente en la actualidad que una gran parte del casco urbano de Valencia no puede beneficiarse del efecto dulcificador ejercido por las brisas marítimas, a causa del efecto de barrera producido por la extensa superficie construida que jalona todo el frente marítimo y los barrios más próximos, que taponan el viento.
Por otra parte, el conjunto de la ciudad almacena en el presente un mayor índice de la energía calorífica recibida durante el día con la radiación solar, lo que por las noches se traduce en temperaturas más altas a lo largo de todo el año. En invierno esto hace que las noches serenas y despejadas sean menos frías, pero también que en verano sean más cálidas, de ahí que ahora el promedio de las temperaturas mínimas sea de 20,8 °C en julio y de 21,4 en agosto. Los dos meses han superado la barrera de los 20 °C en el promedio de sus temperaturas mínimas, mientras que a mediados del siglo XX estaban por debajo de ese umbral.
El récord de calor registrado en Valencia son los 43,0 ºC que se alcanzaron el 27 de agosto de 2010, registro que bate la anterior marca de 42,5 °C del 24 de agosto de 1994. Tanto una como otra corresponden a invasiones de aire cálido de poniente. En estas condiciones se rompe el régimen de brisas y se alcanzan temperaturas anormalmente altas. Los picos de calor más intensos que ha habido en la historia de la ciudad se han dado en tales circunstancias, aunque afortunadamente sólo suelen durar uno o dos días, si bien excepcionalmente, como en 1994, que fue el año más cálido de los últimos tiempos, ha habido episodios con una gran persistencia de la circulación de poniente.
Durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI, la temperatura más baja registrada han sido los –7,2 °C del 11 de febrero de 1956, pero a finales del siglo XIX se alcanzaron los –8,0 el 18 de enero de 1891. Ambos datos son anecdóticos en un análisis global, pero ocasionalmente se producen heladas algunos días, generalmente en las primeras semanas del año o en los últimos días de diciembre, cuando las noches son más largas. Actualmente, sin embargo, la isla de calor creada por Valencia ha reducido notablemente el número de heladas.
La lluvia y los temporales de otoño
Uno de los aspectos más predecibles del régimen de lluvias de Valencia es el máximo pluviométrico otoñal, que comparte con el resto de la cuenca mediterránea y que es debido a la mayor frecuencia de temporales de levante durante el trimestre de septiembre a noviembre. Octubre, con un promedio de 74 litros por metro cuadrado, es el mes más lluvioso, seguido de diciembre, con una media de 52. Septiembre y noviembre comparten una media de 51 litros y, aunque diciembre les supera ligeramente, conforman junto a octubre el periodo más húmedo del año, en el que no es raro que se produzcan episodios torrenciales en los que en sólo un día, o unas horas, pueden caer cantidades de precipitación equivalentes a la cuarta parte o incluso a la mitad del promedio de precipitación anual. En este sentido, el récord de precipitación recogida en 24 horas son los 262,6 litros por metro cuadrado del 17 de noviembre de 1956.
La máxima cantidad de lluvia acumulada a lo largo de un mes es de 365,6 litros por metro cuadrado, dato que corresponde a octubre de 1965. Y es que octubre, además de ser en conjunto el mes más lluvioso, es el que reúne las condiciones más propicias para que se produzcan temporales de lluvias intensas, como los que acompañaron la trágica riada del Turia de los días 13 y 14 de octubre de 1957, en la que Valencia sufrió una de las más graves inundaciones de su historia.
Los periodos más secos del año se concentran en torno al solsticio de verano, siendo julio el mes menos lluvioso, con sólo 9 litros por metro cuadrado de media. Agosto con 19 y junio, con 23, ocupan el segundo y tercer puesto. Independientemente de estos datos específicos, en el clima de Valencia es relativamente frecuente que algunos meses no llueva absolutamente nada. Balances nulos de precipitación se han dado alguna vez todos los meses durante el periodo 1971-2000, salvo tres excepciones: marzo, abril y octubre.
Comparativamente con el clima de hace medio siglo se han producido algunos cambios en la distribución estacional de las precipitaciones, aunque en esencia el régimen parece ser básicamente el mismo en primavera, verano y la primera parte del otoño. El cambio más llamativo se da en noviembre y diciembre, es decir, en la parte final del otoño y el principio del invierno, que a grandes rasgos parecen en la actualidad más lluviosos que antes. Noviembre ha pasado de un promedio mensual de lluvia de 36 litros por metro cuadrado en el periodo 1938-60 a 51 en el periodo 1971-2000, y en diciembre el aumento es de 37 a 52 litros de media si comparamos ambos periodos.
En los años 40, 50 y 60 del siglo XX la nieve estuvo presente en Valencia, con nevadas periódicas que llegaron a cubrir la ciudad con un manto blanco. Después, sin embargo, no hubo durante el siglo pasado ningún caso en el que la nieve llegara a cuajar sobre las calles de la ciudad como lo hizo antaño. En febrero de 1983 y en los años 2005 y 2006 la nieve cayó de forma más o menos simbólica, pero sin cubrir tejados y calles. La última vez que la nieve cuajó en las calles de Valencia en el siglo XX fue el 11 de enero de 1960.
En el capítulo de precipitaciones, las tormentas desempeñan también un papel significativo. Se contabiliza un promedio de 17 días de tormenta al año, de los cuales la tercera parte se concentra en la segunda quincena de agosto y el mes de septiembre.
Sol, humedad y viento
La fama de ciudad luminosa que tiene Valencia se explica fácilmente: hay una media de 2.660 horas de sol al cabo del año y sólo en 51 de los 365 días el cielo está cubierto. Estos dos datos, si los comparamos con los de otras muchas ciudades españolas, fundamentalmente las de la vertiente cantábrica, otorgan a Valencia un privilegio atmosférico, aunque ciertamente no es exclusivo de ella y lo comparte con otras capitales mediterráneas, como sus hermanas Alicante y Castellón. Como dato comparativo basta señalar que algunas ciudades del norte de la Península sólo tienen entre 1.600 y 1.700 horas de sol al año, es decir, aproximadamente unas 1.000 menos que Valencia.
La insolación, como es lógico, alcanza su máximo en los meses estivales, de los cuales julio destaca con sus 314 horas de sol, seguido de agosto con 285 y de junio con 271. Estos datos, evidentemente, se deben tanto a la bonanza propia del verano como a la duración del día en esa época del año. A pesar de los datos anteriores, es frecuente escuchar en boca de los habitantes de Valencia quejas relativas a la humedad reinante en la capital. Al tratarse de una ciudad marítima, los índices de humedad son superiores a los que se dan en el interior, donde el aire es habitualmente más seco. Y debe haber algo de cierto en ello, porque las quejas más frecuentes se dan en verano e invierno, cuando los datos avalan que se trata de los periodos más húmedos del año. Agosto, con una media del 68%, es el mes más húmedo, algo que no debe pasar desapercibido porque coincide con las temperaturas más altas del año. Las madrugadas de dicho mes, con temperaturas que en numerosas ocasiones no bajan de los 23-24 °C y humedades cercanas al 100%, no son las más apropiadas para conciliar el sueño y ponen un contrapunto a las virtudes globales que muestra Valencia en el ámbito del bienestar climático.
Y un apunte relativo al viento: Valencia no es una ciudad ventosa, aunque sí lo suficiente para que la dispersión de contaminantes derivados del tráfico urbano sea más eficaz que en otras capitales del mismo tamaño. Las brisas son claras protagonistas en el capítulo del viento, pero esencialmente en los meses de verano, porque el resto del año quedan enmascaradas por la circulación atmosférica dominante. En la rosa de frecuencias del viento se observa que en julio y agosto, gracias a las brisas marinas, la dirección dominante es la sureste, pero en los meses invernales la mayor frecuencia corresponde al poniente debido a que la circulación atmosférica zonal en la latitud de la Península procede de dicha dirección.
Algunas veces, los temporales de viento de levante que acompañan los episodios otoñales de lluvias intensas han tenido un notable impacto en el litoral a causa del fuerte oleaje, pero las rachas máximas registradas en Valencia corresponden a vientos del noroeste. El récord de las últimas décadas son los 117 kilómetros por hora del 25 de febrero de 1989. día en que se produjo uno de los peores temporales de la historia reciente de Valencia.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
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