Mariano Medina ante una garita meteorológica. (Fuente de la imagen: Meteored/Cortesía familia Medina)
Intervención de Margarita Martín, delegada de Aemet en el País Vasco, en el homenaje a Mariano Medina en Toledo en octubre de 2022. En la mesa, Ángel Rivera y Paloma Castro.
Portada de la primera edición de uno de los libros más populares de Mariano Medina.
Tardé años en entender todo lo que sabía aquel señor con cara de profe, pocas veces sonriente pero siempre de gesto amable. Un día de principios de los 70, sin embargo, pensé que se había vuelto loco cuando dijo que en la provincia de Teruel había caído pedrisco del tamaño de huevos de gallina. No le creí, como mucho tiempo después tampoco tomé en serio al gran Inocencio Font Tullot al leer en sus libros que en España se habían alcanzado temperaturas de -30 ºC. Tuvo que pasar más de una década para que comprobara, con mis propios ojos, y cuando ya me había olvidado, que Mariano Medina no había exagerado en absoluto, ya que tanto en Teruel como en muchas otras zonas de nuestro país el granizo alcanza algunas veces espesores de más de ocho centímetros. Al mismo tiempo entendí que la mesura fue una de las grandes virtudes de “el hombre del tiempo”, a quien rara vez se escuchaba algún comentario fuera de lugar o adjetivos grandilocuentes en sus apariciones televisivas. Mi interés creciente por el tiempo y el clima me descubrió a destiempo la talla científica de esta gran figura de la meteorología española.
Vorticidad, ecuaciones, inecuaciones… Son términos habituales extraídos de algunos de los artículos científicos de Mariano Medina, palabras que nunca le escuchábamos en su cita diaria con los telespectadores, a quienes transmitía la información meteorológica esencial con conceptos y palabras asequibles, que acabarían adquiriendo una natural popularidad. Que la gente le llamara “el de las isobaras” o “el de los anticiclones” es la prueba de que sus explicaciones delante de la cámara, en tono sencillo, escueto y carente de artificios, sirvieron para que aprendiéramos las nociones básicas sobre lo que sucede encima de nuestras cabezas. Pero, además de eso, en mi opinión, la faceta más virtuosa que recuerdo de él es el difícil equilibrio entre sus enormes conocimientos y su lenguaje divulgativo como comunicador. No sólo conmemoramos el centenario de una cara muy famosa de la tele, sino también el de uno de los grandes nombres propios de la historia de la meteorología española, que hacía gala del raro arte de estar en primera línea de la investigación científica y explicar a la gente, con palabras inteligibles, lo fundamental para que entendiéramos cómo funciona ese sistema caótico que es la atmósfera.
Mariano Medina fue el pionero que abrió la puerta a que hoy contemos con extraordinarios profesionales que se vuelcan con nosotros ante la cámara para informarnos del tiempo. El cúmulo de información meteorológica es inacabable y, más allá de la tele, internet nos permite acceder a casi todo. En el campo predictivo, los medios son extraordinarios comparados con lo que había hace medio siglo, pero tal vez haya un exceso de información o, al menos, un conflicto entre lo que se puede consultar en la nube digital y la capacidad de interpretación del receptor, que muchas veces desemboca en suposiciones erróneas. En los años 60 a 80, cuando Mariano Medina, su hermano Fernando, Eugenio Martín, Pilar Sanjurjo, José Antonio Maldonado y el resto de quienes nos informaron del tiempo antes de la era digital, las cosas eran mucho más difíciles que en pleno siglo XXI, aunque estoy convencido de que el exceso de información actual al que me refiero complica las cosas y la probabilidad de caer en el error es ahora igual o mayor que en los primeros tiempos, sencillamente porque la demanda social de datos nos mueve a aceptar el desafío y acabamos diciendo si lloverá o no en determinado lugar sin tener idea de lo que ocurrirá. Los modelos han afinado, ciertamente, pero en las microescalas tienen todavía mucho que mejorar.
Tirando de tablas en lugar de modelos
Fue en la época de Mariano Medina cuando vimos por primera vez en la tele imágenes de satélite que mostraban la imagen real de las borrascas, aquellos torbellinos que él trazaba en sus dibujos mediante las isobaras. O la Península totalmente despejada durante las típicas semanas presididas por el anticiclón invernal. Entre las cosas que nos enseñó, creo que una de las más importantes fue su capacidad para informar sin hablar de más, de manera que el espectador podía interpretar muy bien, sin excesos de detalle que movían a error, lo que iba a suceder. Al respecto pongo como ejemplo la valiente intervención que hizo en el programa 625 líneas de TVE en julio de 1977, durante el verano más anómalo de la segunda mitad del siglo XX, muy fresco y lluvioso.
Por aquellas semanas el calor aún no apretaba en España, la lluvia estaba fastidiando las vacaciones en la playa a millones de ciudadanos y la gente se preguntaba en la calle si el tiempo se había vuelto loco. En esa tesitura, la presentadora Francisca Gabaldón le preguntó a nuestro hombre del tiempo qué iba a pasar el resto del verano, ante lo cual don Mariano, lejos de escurrir el bulto, aceptó el reto y respondió que en las siguientes semanas no se presumían cambios significativos y todo apuntaba a que aquel extraño comportamiento de la atmósfera durante la canícula iba a continuar. Podríamos pensar que habló de más, ya que como es bien sabido ni las predicciones de entonces ni las de ahora permiten conocer lo que ocurrirá a largo plazo. Pero él, con su lenguaje sabio y conciso, sin errar con palabras de más, simplemente explicó que todo apuntaba a que las temperaturas continuarían por debajo de lo normal y que, en algunas zonas, preferentemente del norte peninsular y del Alto Ebro, seguiría una actividad tormentosa más frecuente de lo habitual. El tiempo, los dos tiempos (atmosférico y cronológico), le dieron la razón, ya que hoy se recuerda el verano de 1977 como el más raro del siglo XX.
Creo, sinceramente, que fue muy valiente por su parte, ya que lo lógico hubiese sido pensar que las cosas se normalizarían, la lluvia se retiraría y el calor ocuparía su lugar habitual en el solar ibérico, pero él se mojó y vaticinó lo que su gran olfato como meteorólogo le permitió anticipar, y acertó totalmente. Me perdonarán en el Centro Europeo, la NOAA y otros organismos internacionales que llevan años trabajando experimentalmente en predicciones meteorológicas estacionales, pero es más fácil acertar cuando cada verano se anuncia que en España hará calor (como escuchamos siempre desde hace mucho tiempo), que tirarse a la piscina para decir justamente lo contrario, como hizo Mariano Medina en 1977. Y no, no fue un anuncio gratuito, sino que aquella intervención nos devuelve a ese virtuoso equilibrio del que hablo más arriba entre sus conocimientos y su capacidad comunicadora. Nuestro hombre del tiempo de los años 70 no necesitaba modelos como los actuales que nos permiten saber con muchos días de antelación la situación meteorológica general; le bastaban sus años de experiencia y su día a día en el centro de análisis y predicción del Servicio Meteorológico Nacional (predecesor de la actual Aemet), buceando entre decenas de mapas elaborados a mano, para saber que con la anómala circulación atmosférica de aquellos días y la presencia de frentes de lluvia acercándose a la Península por el norte, el tiempo típico de julio difícilmente iba a llegar en las jornadas siguientes. No tiraba de modelo, sino de tablas.
Recuerdo también una entrevista que le hicieron en la agencia de noticias Pyresa a finales de noviembre de 1971 tras varias olas de frío tempranas que aquel otoño afectaron a España. Ni corto ni perezoso se atrevió a anticipar que las semanas siguientes, ya entrados en diciembre, habría un giro en el tiempo, con ambiente mucho más templado y lluvias generalizadas. También acertó, seguramente guiado por su instinto y por la certeza de que muchas de las olas de frío vividas en España concluyen con un cambio de circulación en el que se corta la entrada de aire gélido del norte y aparecen por el Atlántico borrascas subtropicales que empujan frentes de lluvia.
La soledad del meteorólogo ante los fenómenos violentos
Más allá de ese virtuosismo, mi mayor admiración hacia Mariano Medina concierne a su gran humildad y a la preocupación permanente por los fenómenos meteorológicos violentos, que le movía a esforzarse en busca de la mejor predicción para evitar episodios que, además de grandes pérdidas económicas y daños materiales, también causaban víctimas. En alguno de sus escritos muestra su perplejidad ante el hecho de que la tragedia llegara a la luz de mapas meteorológicos muy similares a otros en los que no había sucedido nada extraordinario. Situaciones atmosféricas aparentemente iguales sobre el papel que pasaban sin mayor trascendencia en unos casos y con resultados catastróficos en otros. Decía que cuando se desata “la furia de los elementos”, el meteorólogo predictor se sentía no sólo “indefenso”, sino también “acomplejado”. Lo contaba en uno de mis artículos preferidos, que publicó en 1982 en la revista Tiempo y clima, con el título Inecuación para meteoros violentos. Pero en reiteradas ocasiones, incluidos encuentros y jornadas de debate en el ámbito meteorológico durante los años 70 y 80, expuso la necesidad de que la predicción meteorológica sirviera para evitar tales impactos. Décadas después, aunque son patentes los avances logrados en la información y predicción meteorológicas, cabría preguntarse hasta qué punto esas mejoras han permitido reducir el número de víctimas y los daños causados por fenómenos atmosféricos violentos.
La primera edición de uno de los libros más populares de Mariano Medina llevaba por título El tiempo es noticia. A propósito de él estoy convencido de que el verbo hay que ponerlo en futuro, ya que mientras los demás asuntos que llenan los periódicos y los espacios informativos van y vienen, están de actualidad o pasan de moda, lo que acontece en la atmósfera es determinante y nos afectará siempre. Por eso, el tiempo siempre será noticia.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
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