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ASTRONOMÍA

Salvemos el firmamento de Galileo

Ilustración que recrea la observación del cielo por Galileo hace 400 años

Luces nocturnas sobre España y el resto de Europa. (Foto: NASA)

No es casualidad que el Año Internacional de la Astronomía se haya celebrado en 2009: se cumplieron cuatro siglos desde que Galileo oyó hablar de un raro instrumento óptico creado por Hans Lippershey, óptico holandés de origen alemán, con el que las cosas se podían ver aumentadas. El astrónomo italiano no tardó en hacerse con uno de ellos y rápidamente lo mejoró para orientarlo al firmamento, que hasta ese momento sólo había podido observar con sus propios ojos. Así, en mayo de 1609, Galileo se convirtió en el primer ser humano que estudiaba las estrellas a través del ojo mágico del telescopio. Asombrado, en los meses siguientes asistió a una sucesión de descubrimientos que le dejaron maravillado: los cráteres y montañas de la Luna, las manchas del Sol y las grandiosas nubes estelares de la Vía Láctea, que para él y los demás astrónomos de su tiempo no era más que un espectacular trazo lechoso que cruzaba la bóveda celeste, ya que desconocían que, en realidad, se trata de nuestra galaxia, la ciudad estelar en la que vivimos y en la que nuestro sol es sólo una de sus 150.000 millones de estrellas. Cuando él observaba la Vía Láctea a simple vista sólo atisbaba, igual que si lo hacemos nosotros, una densa nube blanca, pero por el telescopio comprobó estupefacto que la nube la componían miríadas de estrellas.

Sabemos hoy no sólo que la Vía Láctea es la galaxia que habitamos, sino que las galaxias se agrupan en cúmulos y que tales cúmulos suman miles de millones y, a su vez, forman millones de supercúmulos, algo inconcebible para los astrónomos del siglo XVII. Pero, en esencia, seguimos desconociendo, como ellos, las claves fundamentales sobre el origen de todo y, cuando miramos por el telescopio, nos formulamos las mismas preguntas que se hizo Galileo. De hecho, una de las mejores invitaciones que puede hacerse a cualquier persona tras la celebración del Año Internacional de la Astronomía, especialmente a los niños, es que imite a Galileo y dirija su mirada al cielo nocturno con un pequeño telescopio o unos prismáticos para contemplar la Luna, los campos estelares de la Vía Láctea y los planetas, sobre todo Júpiter y Saturno, cuyos anillos se ven perfectamente.

Muchos se sorprenderán al saberlo, pero con unos sencillos prismáticos de 7x50 o de 8x30 colocados sobre un trípode —para estabilizar la imagen— vemos lo mismo que Galileo descubrió en enero de 1610: Ganimedes, Io, Calisto y Europa, las cuatro lunas principales de Júpiter, en órbita alrededor del mayor planeta del Sistema Solar.

Esa extraordinaria experiencia está todavía a nuestro alcance, pero la realidad es inquietante, porque si continuamos así quizá en unas décadas sea imposible seguir las huellas de Galileo entre las estrellas. Estamos destruyendo el firmamento. El avance descontrolado de la contaminación lumínica está acabando con el patrimonio natural de las noches estrelladas. Hace varias décadas, cuando era pequeño, desde ciudades como Valencia podía ver la Vía Láctea, al igual que el manchón nebuloso de la Galaxia de Andromeda, el objeto celeste más lejano observable a ojo desnudo. Para ver todo eso ahora hay que irse al campo o a la montaña para alejarnos de las luces parásitas, pero lo lamentable es que ni siquiera desde allí será posible hacerlo en un futuro muy cercano si no detenemos la expansión de los focos de contaminación lumínica, que además de robarnos las estrellas suponen un despilfarro en las facturas de la luz.

Por eso, aunque sigamos la experiencia de Galileo, el Año Internsacional de la Astronomía debería haber servido para convencer a la gente y a los gobiernos de que es necesario proteger el cielo, porque es uno de los mayores tesoros de la naturaleza. Nuestro bolsillo también lo agradecerá, pero lo importante es salvar el firmamento a través del cual Galileo abrió el camino a la exploración del Cosmos, que todos, desde los más pequeños a los más mayores, tenemos derecho a compartir. Estamos hechos con fragmentos de estrellas y por eso necesitamos volver la mirada hacia ellas. Que las hagamos desaparecer del cielo es la mayor de nuestras contradicciones.

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