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ASTRONOMÍA

Los cometas y el origen de la vida en la Tierra

El cometa Donati, fotografiado en septiembre de 1858 por William Usherwood desde París. Está considerado como uno de los cometas más hermosos de la historia.

Fred Hoyle en una imagen de la década de los 50 en Inglaterra publicada por la revista Life en 2001. (Foto: Life/Getty Images)

Ilustración de Donald E. Davis que recrea el impacto de un asteroide hace 65 millones de años en la península de Yucatán, donde formó el cráter de Chicxulub. Esta colisión cósmica causó la extinción masiva que hizo desaparecer a los dinosaurios. Fred Hoyle pensaba que, además de destrucción, este tipo de impactos pudieron traer la vida a la Tierra (Imagen: NASA/JPL-Caltech)

Joan Oró en su laboratorio de Houston. (Foto: Fundació Oró)

¿Llegó la vida a la Tierra desde el espacio? ¿Fueron los cometas los portadores de las semillas que dieron origen a los primeros organismos unicelulares en nuestro planeta? El cosmólogo Fred Hoyle y el bioquímico Joan Oró estaban convencidos de ello y se erigieron en dos de los máximos defensores de la revolucionaria teoría de que la vida no surgió por sí misma, como cree la mayoría de la gente, sino que el germen vino del exterior merced a esos visitantes espaciales que conocemos por el nombre de cometas y que, periódicamente, no sólo han engalanado los cielos con la más bella imagen que puede ofrecernos el Cosmos, sino que también han protagonizado colisiones con la Tierra que tal vez sirvieron para dejar aquí la esencia de la que nacieron los seres vivos.

Aunque esas imágenes en el firmamento son las que han permitido a los cometas cautivar constantemente a la humanidad, la verdadera fascinación reside en que en ellos podemos encontrar, en pleno siglo XXI, las claves para conocer el origen del Sistema Solar y, quizá también, el de la vida sobre la Tierra. Algunos aparecieron sin previo aviso en el firmamento con siete colas en forma de abanico o con una sola de 320 millones de kilómetros de longitud que ocupaba una gran parte de la bóveda celeste, y otros, como el Halley y el Encke, han permitido a la ciencia, gracias a sus apariciones periódicas, descifrar la mayor parte de los enigmas acerca de su naturaleza. De la hipnosis ejercida por el Halley a lo largo de la historia sirven como ejemplo su influjo en la batalla de Hastings en el año 1066, que decantó en favor de Guillermo el Conquistador, y el terror colectivo que se vivió en Europa cuando la Tierra cruzó la cola del cometa en mayo de 1910. Otros, como el Donati en 1858 y el Hale-Bopp en 1997, deleitaron a la gente con la belleza de sus caprichosas colas múltiples surcando el cielo estrellado.

"Bolas de nieve sucia"

Fred L. Whipple llamó a los cometas “bolas de nieve sucia”, pero su escueta definición se queda claramente corta para entender el papel que han desempeñado durante miles de millones de años en el Sistema Solar. De hecho, aunque realmente nos encontremos ante los restos de la nube primigenia de la que han nacido el Sol y los planetas, sus glaciales núcleos aún pueden reservarnos sorpresas. Y es que el verdadero enigma que la ciencia tiene pendiente de resolución es el papel que pueden haber desempeñado los cometas en la formación de la vida sobre la Tierra.

Tanto Fred Hoyle como Joan Oró —ambos ya desaparecidos— no dudaron al poner sobre la mesa sus hipótesis de que los primeros microorganismos no surgieron espontáneamente sobre la Tierra, sino que en su formación intervinieron los cometas durante las colisiones ocurridas hace miles de millones de años. Estas teorías supusieron un vuelco a la visión ancestral del hombre acerca de los cometas, convirtiéndolos en mensajeros de la vida tras haber sido durante milenios el símbolo cósmico de la muerte y las grandes catástrofes.

La teoría de la panspermia, que propone que la vida se formó en la Tierra gracias a la distribución de sus semillas por el espacio, fue propuesta a finales del siglo XIX por el científico sueco Svante August Arrhenius, premio Nobel de Química en 1903. Arrhenius estaba convencido de que la vida tenía su origen en esporas diseminadas por el cosmos y con sus planteamientos abrió la puerta a que, décadas más tarde, otros científicos como Hoyle y Oró sorprendieran a la ciencia con sus propuestas, poco ortodoxas, acerca de los cometas como germen de la vida. Ambos estaban de acuerdo en lo fundamental, es decir, que la vida no surgió espontáneamente en nuestro planeta, pero veían las cosas con matices propios. De hecho, Hoyle no sólo defendió el papel de los cometas como mensajeros de la vida en la Tierra, sino que en realidad estaba convencido de que las bacterias existen en las nubes moleculares interestelares, es decir, que la vida está presente en el espacio y viaja a través de los abismos cósmicos. Por tanto, estas nubes, según Hoyle, sólo necesitarían encontrar planetas con las condiciones adecuadas para reproducirse. Estas ideas las expuso en numerosas ocasiones y llegó a plasmarlas en libros como La nube de la vida, que escribió junto a su colaborador N. Chandra Wickramasinghe.

Oró, por su parte, defendió desde una visión más moderada que lo que llegaron aquí, merced a los cometas y otros cuerpos celestes, fueron los compuestos químicos necesarios para la formación de vida, pero no la vida en sí misma, como sostenía Hoyle. En concreto, Oró siempre insistió en la idea de los cometas como precursores de la aparición del agua en la Tierra. Cuando en 1984 el científico A. G. W. Cameron atribuyó el origen de la Luna al choque de un cuerpo celeste con la Tierra, de la que se desprendió un gigantesco fragmento —del que se formó la Luna—, Oró no desaprovechó la ocasión para plantear el debate. Partía de la base de que cuando ocurrió aquella catástrofe cósmica de la que nació la Luna, en la Tierra no había materiales volátiles, por lo que le preguntó directamente a Cameron de dónde vino el agua que hoy tenemos en el planeta. Y Oró escuchó lo que esperaba, porque Cameron coincidió con él en que la trajeron los cometas.

Una idea "poco atractiva"

Pero Cameron no fue el único, y Joan Oró también encontró el respaldo de Armand Delsemme, considerado como uno de los primeros especialistas mundiales en el estudio de los cometas. Muchos científicos discrepan de estas teorías, que mantienen un vivo debate entre la comunidad científica. Hasta Carl Sagan y Josef Shmuelovich Shklovskii se prestaron a estudiarla objetivamente en su famosa obra Vida inteligente en el Universo, en la que afirmaban: “Aunque es comprensible que este origen de la vida a partir de unos desperdicios no sea muy atractivo, no debemos excluirlo del todo”.

En contra de la panspermia hay una nube de obstáculos para explicar la presencia de microorganismos germinadores en las condiciones que se dan en el espacio, así como en los impactos cometarios contra la Tierra, generadores de una liberación de energía difícilmente compatible con su supervivencia. Probablemente, sin embargo, el mayor obstáculo sea la tendencia histórica del hombre a desterrar de los modelos científicos las ideas menos sugestivas acerca de su origen y naturaleza, como los “desperdicios” que mencionan Sagan y Shlovskii.

Hoyle, en cambio, siempre tuvo en este campo una visión más humilde sobre el origen de los seres vivos a la hora de hacer sus alegatos en favor de la panspermia. En realidad, no es que él descubriera en los cometas las claves de sus planteamientos, sino que llegó a la conclusión de que la vida debió llegar del espacio porque, en su opinión, no concuerda el tiempo transcurrido entre la solidificación de la corteza terrestre y el de la aparición de la vida sobre el planeta. Según él, era necesario mucho más tiempo para que algo tan complejo como los primeros organismos unicelulares surgieran por generación espontánea, por lo que las fuentes de la vida tuvieron que llegar desde el espacio en el interior de los cometas.
Todo ello puede parecer ciencia ficción a mucha gente, pero la mecánica celeste ya dejó claró hace décadas que el intercambio de materiales entre astros distintos es un hecho frecuente dentro de las escalas de espacio y tiempo cósmicos, y la prueba es el famoso, y polémico, meteorito ALH84001, que llegó hasta la Tierra desde Marte y que fue hallado en la Antártida, escondido entre el hielo, en 1984. El debate científico sobre si alberga o no microorganismos sigue sin cerrarse, pero Joan Oró estaba entre los muchos científicos que pensaban que este pedrusco marciano no era portador de formas de vida, sino que, en todo caso, se contaminó aquí, en la Tierra. Esas supuestas bacterias, por otra parte, tienen un tamaño cien veces inferior al de las terrestres

Sin embargo, el episodio del meteorito ALH84001 ilustra muy bien la cuestión clave del intercambio de materiales entre astros diferentes, que parece haber jugado un papel fundamental en la formación del Sistema Solar. Quizá más que con el concepto de los cometas como fríos restos de basura cósmica debamos percibirlos de acuerdo con su majestuosa imagen en los cielos. Si ellos fueron los portadores de vida en la Tierra, como pensaban Hoyle, Oró y otros, es evidente que también pudieron serlo en otros lugares.

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