Recreación de la caída del meteorito que hace 65 millones de años causó la extinción de los dinosaurios. (Ilustración de Patricia Iranzo)
Imagen virtual generada por ordenador del cráter de Chicxulub. (NASA/Virgil L. Sharpton, University of Alaska)
Intensidad aparente en la extinción de géneros marinos. (Fuente: Wikipedia)
Es un día apacible de otoño: luce el sol, los pájaros cantan, los árboles empiezan a saturarse de color y todo aparenta estar en calma, como si habitáramos el lugar más apacible del Universo. ¿Realmente lo es? ¿Podemos vivir tranquilos o nos asaltan peligros cósmicos? Visto desde el lado pesimista, la historia de la Tierra está salpicada de colisiones cósmicas que han sido devastadoras, con responsabilidad directa en algunas de las extinciones masivas que aparecen en el historial de nuestro planeta. El análisis optimista nos dice, no obstante, que los intervalos entre esos inquietantes episodios son muy largos desde el punto de vista humano: cientos de miles de años o decenas de millones de años, por lo que seguramente ni nosotros ni las generaciones venideras asistiremos a la próxima catástrofe planetaria. Sin embargo, la civilización sí lo hará, es decir, que el ser humano está condenado a vivir en un futuro el impacto de un gran asteroide o cometa contra la Tierra, que causará un invierno nuclear y someterá a la sociedad a un reto sin precedentes. Cualquier guerra del pasado es una nimiedad comparada con ese desafío para la humanidad, que no tiene fecha: es muy probable que tarde muchos miles de años, quizá millones, aunque sería descabellado afirmar que no puede ocurrir en cualquier momento.
Hace 65 millones de años
Pero el mundo ya ha pasado por ahí: las extinciones masivas aparecen como episodios periódicos a lo largo de la edad de la Tierra. La más famosa de ellas, la que aconteció hace 65 millones de años, es la que se llevó por delante a los míticos dinosaurios, aunque no sólo a ellos, ya que también hizo desaparecer de la faz de la Tierra a un notable porcentaje de las especies que habitaban el mundo por aquel entonces. El tiempo, además, ha dado la razón a los investigadores Walter y Luis Álvarez (hijo y padre), que hace un par de decenios se atrevieron a postular, ante la mirada enfurecida de muchos de sus colegas, que lo que mató al Tyrannosaurus rex fue un maldito cometa que salió al encuentro de la Tierra. El impacto se produjo junto a lo que actualmente conocemos como la península de Yucatán, donde está escondido bajo el mar parte del cráter de Chicxulub, un agujero de 180 kilómetros de diámetro excavado por aquel astro errante que vino a cambiar la suerte del mundo.
Ondas incendiarias y tsunamis gigantescos
Pese a que el meteorito debió tener sólo 10 ó 12 kilómetros, no causó únicamente una destrucción local, sino que distorsionó la atmósfera a escala planetaria, creando ondas incendiarias kilométricas, gigantescos tsunamis en los océanos y levantando un manto de polvo y cenizas que permaneció impregnado en el aire durante muchos meses, quizá uno o varios años. A causa de ello, se apagó la luz del Sol que alumbraba la superficie de la Tierra, con lo cual la temperatura descendió a valores glaciales. El trance sólo pudieron superarlo las especies más resistentes, entre ellas, los ancestros que permitieron que ahora seamos lo que somos. Con sus matices, sucesos como éste se han producido en repetidas ocasiones desde que la Tierra gira alrededor del Sol, y volverán a producirse en el futuro.
La mayoría de la gente se asusta cuando oye hablar de estas cuestiones, pero no hay que tomárselo a la tremenda, porque no es motivo, en absoluto, para que dejemos de disfrutar de la vida en este planeta increíble. Impactos tan colosales acaecen a intervalos de millones de años, pero otros menores suceden al cabo de cientos o miles de años. Un ejemplo es el cráter Barringer, en Arizona, muy famoso porque aquel boquete cósmico ha permanecido así desde hace unos 50.000 años al hallarse en una zona desértica, lo que ha impedido que la erosión y los elementos lo borren del mapa. Otro caso, del que ya he hablado algunas veces, es el enigmático suceso de Tunguska, ocurrido el 30 de junio de 1908 en Siberia y protagonizado por un fragmento cometario de unos 100 metros de diámetro, que de haber impactado en Moscú en vez de en una región despoblada hubiese destruido por completo la capital rusa. Pero, como le sucedió al resto de la humanidad, sus habitantes ni se enteraron; sólo lo vieron, alucinadas, las gentes de los enclaves siberianos cercanos.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
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