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ASTRONOMÍA

El nacimiento de la astrofotografía

Esta es una de las fotos más grandiosas del atlas fotográfico de la Vía Láctea de E. E. Barnard. Muestra la gran nebulosa de Rho Ophiuchi y su entorno. (Foto: E. E. Barnard/Carnegie Institution of Washington)

Edward Emerson Barnard descubrió con sus propias fotografías cientos de nebulosas oscuras y numerosos cometas. (Foto: Carnegie Institution of Washington)

Daguerrotipo de la Luna, obra de Henry Draper en 1863.

La astronomía halló el rumbo hacia los confines del Universo un día de 1840 en el que John William Draper, padre de Henry Draper —autor de uno de los más importantes catálogos de estrellas de la historia—, obtuvo el primer retrato de la Luna mediante un daguerrotipo. Tres años más tarde, en 1843, hizo lo mismo con el Sol y, casi simultáneamente, otros estudiosos de la época como Rutherford, De la Rue, Jansen y Henry contribuyeron al nacimiento de la astrofotografía. Las primeras imágenes de buena calidad llegaron poco después, obra de William Bond y su hijo George, quienes mejoraron las tomas lunares y consiguieron la primera fotografía estelar, de la que fue protagonista Vega (Alfa Lyrae), una de las estrellas más brillantes del cielo. La ciencia había conseguido unos nuevos ojos para el estudio del firmamento y ello abría unas extraordinarias expectativas para desentrañar los grandes misterios del cosmos.

Draper, Bond y los otros se dieron cuenta, sin embargo, de que era mucho más sencillo fotografiar la Luna y el Sol que las demás estrellas y los objetos de brillo débil, como las nebulosas. Mientras que el resplandor lunar facilitaba las cosas, la tenue luz de los objetos del cielo profundo impedía obtener buenas imágenes de ellos. Los campos estelares sólo se empezaron a fotografiar con nitidez a partir de 1865, aunque eran necesarias exposiciones de varias horas de duración para que los telescopios proyectaran sobre las placas fotográficas los débiles rayos luminosos que llegaban desde decenas, centenas o millares de años luz de distancia. Hasta mediados del siglo XX, la fotografía de galaxias exigió exposiciones que, en muchos casos, duraban siete u ocho horas, pero en la actualidad sólo son necesarios unos minutos.

Barnard y la Vía Láctea

Sin duda, uno de los grandes pioneros de la aplicación de la fotografía a la astronomía y uno de los mejores astrofotógrafos de la historia ha sido el norteamericano Edward Emerson Barnard. Durante la última década del siglo XIX y la primera del XX obtuvo la mejor colección de imágenes que jamás se haya conseguido de la Vía Láctea, hasta el punto de que muchas de sus fotografías supusieron, al mismo tiempo, nuevos descubrimientos sobre las grandes nebulosas oscuras de polvo que envuelven a nuestra galaxia. Desde los observatorios de Yerkes en Wisconsin y Monte Wilson en California, Barnard labró una de las grandes obras de la historia de la astrofotografía, de la que el mejor ejemplo es su Atlas of selected regions of the Milky Way (Atlas de regiones seleccionadas de la Vía Láctea), que en la actualidad aún constituye toda una referencia para los fotógrafos del cielo a pesar de que casi ha transcurrido un siglo y las técnicas han mejorado espectacularmente.

La obra de aquellos pioneros se gestó íntegramente en blanco y negro, muchas décadas antes de que el color empezara a aplicarse en la fotografía. Pese a ello, la envergadura de los telescopios utilizados y las enormes placas fotográficas de la época contribuyeron a que muchas de las imágenes fueran de extraordinaria calidad, especialmente en el caso de Barnard y en el de los astrónomos franceses Loewy y Puisseux, quienes desde el Observatorio de París consiguieron uno de los mejores atlas fotográficos de la Luna.

Imágenes de los grandes observatorios

De la misma forma que sucedió con la observación visual, en el campo de la astrofotografía los telescopios refractores centraron la actividad principal de los observatorios en la última parte del siglo XIX y la primera del XX. Además de sus fotografías de gran campo de la Vía Láctea, Barnard destacó ocasionalmente por las excelentes imágenes de Marte que consiguió desde el Observatorio de Yerkes con el gigantesco refractor de 102 cm. de diámetro, que actualmente sigue siendo el mayor telescopio de este tipo en el mundo. A su vez, el observatorio de Lick, también en Estados Unidos, destacó por sus precisas fotografías de la Luna, que se obtuvieron con el gran refractor de 91 cm. de diámetro.

Debido a sus grandes relaciones focales, los grandes refractores no eran, en cambio, propicios para lobtener imágenes de objetos débiles. La fotografía de galaxias empezó realmente en serio a partir de la inauguración, en 1917, del telescopio reflector Hooker en el observatorio californiano de Monte Wilson. Con un espejo principal —también denominado primario— de 2,54 m. de diámetro, el nuevo instrumento marcó la apertura de una nueva época para la astronomía. Fue la herramienta utilizada por Edwin Powell Hubble en sus estudios cosmológicos, que permitieron asentar las principales teorías actuales sobre el origen del Universo y sus dimensiones. Tanto las observaciones directas como las innumerables fotografías logradas con el Hooker permitieron comprobar que muchas de las entonces llamadas nebulosas distaban de nosotros millones de años luz, por lo que el Universo excedía abrumadoramente los límites de la Vía Láctea, que en la época se consideraba una galaxia única que lo aglutinaba todo. Gracias a la labor de Hubble, los astrónomos terminaron comprendiendo que la nebulosa M 31 en la constelación de Andromeda, M 33 en el Triángulo, M 51 —conocida como el Torbellino— en los Perros de Caza (Canes Venatici), M 81 y M 82 en la Osa Mayor y muchas otras eran, en realidad, hermanas de la Vía Láctea, pero no sus hijas, porque no estaban dentro de ella. Es decir, se trataba de otras galaxias diferentes a la nuestra, aunque en muchos casos, como el de M 31 en Andrmeda, con una estructura espiral muy parecida. De hecho, las fotografías tomadas de todas ellas desde Monte Wilson evidencian su verdadera naturaleza poblada de miles de millones de estrellas, si bien para los astrónomos y para la sociedad en general supuso un notable impacto conocer las nuevas escalas del Universo, puesto que eso significaba que no existía sólo la Vía Láctea, sino millones de vías lácteas.

(Artículo extraido del capítulo El estudio fotográfico del cielo, del libro Fotografiar el cielo, de Vicente Aupí)

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