Estrellas y Borrascas

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ASTRONOMÍA

La Estrella de Kepler

Remanente de la supernova SN 1604, la Estrella de Kepler, última supernova que se ha producido en la Vía Láctea. La nebulosa visible en la imagen son los restos de la estrella, escindidos por el espacio después del estallido. (Foto: NASA, ESA, R. Sankrit&W. Blair-Johns Hopkins University)

Panorámica en la que se combina una imagen del campo alrededor de la estrella Wolf-Rayet WR 22 en la Nebulosa Carina (derecha) con una imagen de la región alrededor de la estrella Eta Carinae en el corazón de la nebulosa (izquierda). La imagen fue creada a partir de tomas realizadas con el Wide Field Imager en el telescopio MPG/ESO de 2,2 metros en el Observatorio La Silla de Chile. (Foto: European Southern Observatory)

La Estrella de Kepler apareció en la constelación de Ophiuchus en 1604, siendo bautizada con ese nombre porque fue Johannes Kepler quien mejor la observó. Hacía muy poco tiempo de otro caso similar en Cassiopeia, donde en 1572 hubo una supernova observada por Tycho Brahe, con cuyo nombre se bautizó.

Desde aquellos dos magnos acontecimientos, los astrónomos no han observado ninguna supernova en la Vía Láctea. Todas las de los últimos cuatro siglos se han visto en otras galaxias, siendo necesario el uso de telescopios para su estudio. La Estrella de Kepler, en cambio, alcanzó tal brillo que resplandeció varias semanas con mayor intensidad que cualquier astro a excepción del Sol, la Luna y Venus.

Las supernovas son estrellas en explosión, soles masivos que mueren violentamente tras agotar su combustible nuclear. El Sol, una enana en las escalas cósmicas, no sólo alberga combustible para casi 5.000 millones de años más, sino que cuando lo agote no alcanzará a convertirse en supernova por su modesta masa. La armonía estelar que vemos cualquier noche en el firmamento se debe a un equilibrio portentoso: el que consigue la fusión de hidrógeno -el combustible fundamental- en helio dentro de las estrellas, que al arder contrarrestan con su expansión interna la fuerza gravitatoria de contracción de su masa.

Cuando el combustible se consume, la muerte de estrellas pequeñas como el Sol -que acabará convertida en una enana negra- no alcanza la violencia de las estrellas masivas, que pierden el equilibrio gravitatorio hasta un final cataclísmico y explotan, convirtiéndose en supernovas. Cuando esto sucede, el brillo de la supernova supera al de su propia galaxia y el estallido es una amenaza para el entorno inmediato, en un radio de decenas de años luz que queda invadido por rayos gamma.

Verdades y mentiras sobre Betelgeuse

Aunque en nuestra vecindad no parece haber estrellas que pueden transformarse en supernova, en la Vía Láctea sí hay varias candidatas a las que los astrónomos miran atentamente porque creen que pueden estallar en cualquier momento. Una es Betelgeuse, a unos 500 años luz en la constelación de Orion, una supergigante roja con un diámetro 600 veces mayor que el del Sol. Es tan grande que si la colocáramos en el sitio de éste, la Tierra quedaría dentro de ella. Esta espectacular estrella es desde hace décadas una de las que mayor atención ha despertado en la astronomía mundial por sus rasgos propicios para estallar en forma de supernova, pero esta evidencia no debe confundirse con las noticias catastrofistas que han aparecido recientemente en diversas partes del mundo, difundidas por internet y según las cuales Betelegeuse ha sufrido cambios repentinos que la abocan a convertirse en supernova de forma inminente. Tales noticias son falsas y Betelgeuse sigue en el mismo estadio que antes, por lo que las probabilidades de que llegue a explotar para acabar su vida como supernova no han aumentado.

Eta Carinae

Pero la mejor candidata es Eta Carinae, una variable irregular azul a 8.000 años luz con una masa 100 veces superior a la del Sol. Es extraordinariamente inestable y sufre continuas erupciones, una de las cuales hizo que en 1843 fuera temporalmente la estrella más brillante del cielo nocturno después de Sirius. Lo más fascinante es que es posible que Eta Carinae se haya convertido en supernova hace miles de años y aún no lo sepamos a causa de su distancia. Tras el cataclismo, la imagen de la explosión tardaría 8.000 años en llegar hasta aquí -la luz viaja a 300.000 kilómetros por segundo- para iluminar el cielo y que la contemplemos. O sea, que quizá Eta Carinae explotó en el Neolítico y lo veamos mañana, pero si se convierte hoy en supernova, eso lo observará la humanidad dentro de 8.000 años.

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Carmen Cortelles

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