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ASTRONOMÍA

Pléyades (M 45): el enjambre
de los soles azules

Trazos estelares en Ordesa. El grupo compacto de arriba corresponde a las Pléyades y el de abajo, con su característica forma de letra Y, es el de las Hyades. (Foto: Vicente Aupí)

Carta estelar del sector de las Pléyades extraida del Atlas de Cielo Profundo de la Guía para exploradores del cielo, de Vicente Aupí. El mapa original pertenece al Millennium Star Atlas.

Este enjambre de soles azules hechizó a la humanidad antes de que se transformara en civilización. Todos los pueblos de la Tierra le han rendido tributo a lo largo de los siglos, haciendo de este cúmulo estelar abierto uno de los objetos celestes más observados de la historia. En unos lugares les llaman "las siete hermanas", en otros "las siete cabrillas", pero en todos se ha sucumbido a su sugestiva imagen, que nos muestra un grupo de estrellas inédito en los cielos, reunido com o una familia o un rebaño en medio de la negrura del firmamento. La mayoría de las personas puede ver sus siste estrellas más brillantes, pero las de vista más aguda alcanzan nueve, y los telescopios las magnifican como si acabáramos de abrir un cofre de diamantes.

Nueve soles azules

El cúmulo estelar de las Pleiades (M 45) ha consagrado a millones de personas a la observación del cielo. Lo han visto en alguna ocasión incluso quienes nunca han tenido un telescopio en sus manos, y todas las noches invernales sorprende a alguien con su maravilloso aspecto suspendido en el cielo. Pero su sugestiva imagen a simple vista se transforma en el mejor regalo de la observación astronómica cuando orientamos unos prismáticos o un telescopio hacia sus estrellas. Se han contado hasta 500, de las que las componentes más brillantes tienen estos nombres: Alcyone (Eta Tauri), Merope (23 Tauri), Electra (17 Tauri), Celeno (14 Tauri), Taygete (19 Tauri), Maia (20 Tauri), Atlas (27 Tauri), Pleione (28 Tauri) y Asterope (21 Tauri). Todas ellas son estrellas jóvenes, soles azules cuya vida no supera los 80 millones de años —compárese este dato con los 4.500 o 5.000 millones de edad del Sol— y se hallan apiñadas, junto a centenares de hermanas del cúmulo familiar, en un diámetro inferior a los 15 años luz. Cuando se observa a simple vista en una noche clara, llama la atención la similitud entre la disposición espacial del cúmulo y la del Carro Mayor. Las Pleiades parecen un diminuto retrato a escala del famoso asterismo integrado en la constelación boreal de Ursa Major.

Nebulosa de Tempel

La componente más brillante del grupo es Alcyone, de magnitud 2,9. No es una estrella única, sino un sorprendente sistema estelar cuádruple que puede observarse fácilmente con telescopio. La contemplación de este conjunto estelar, abrigado por la nebulosa azul que lo rodea, es sensacional. En realidad, todo el cúmulo está envuelto por una nebulosidad blancoazulada que es sencillo percibir al cabo de varias noches de observación. El sector más destacado de esta nebulosa de reflexión es el que envuelve la estrella Merope, conocida como Nebulosa de Tempel o NGC 1435. Para apreciar este objeto difuso que rodea al cúmulo es aconsejable recurrir al truco de desviar ligeramente la mirada fuera del centro del cúmulo, de manera que al observar indirectamente aumentemos la sensibilidad de nuestra retina. Aunque esta estrategia es válida, en general, para localizar numerosos objetos de cielo profundo, es particularmente recomendable en este caso para apreciar la nebulosa de reflexión. Acerca del origen de la misma existen en la actualidad dos teorías: una mantiene la creencia inicial de que se trata de la nebulosa de la que nacieron las estrellas —su corta edad avala esta teoría— y otra sostiene que ambas no están relacionadas físicamente y se trata únicamente de un mero proceso de reflexión de la luz propiciado por la presencia de la nebulosa.

El cúmulo estelar más fotogénico

Atlas (27 Tauri), en el extremo inferior de la imagen, es un sistema estelar binario con componentes de magnitudes 3,6 y 6,8, respectivamente. Su separación es de sólo medio segundo de arco, por lo que, además de una abertura importante, la noche de observación deberá ser muy estable atmosféricamente para que se pueda resolver el par. La observación en detalle de todo el cúmulo por sectores merece varias sesiones con el fin de apreciar aspectos que pasan desapercibidos en la primera ojeada. Asimismo, conviene subrayar que es éste uno de los objetos celestes más gratificantes para la observación fotográfica. Por su gran extensión —abarca dos veces el tamaño aparente de la Luna—, se puede fotografiar hasta con objetivos estándar de 50 mm., incluso sin necesidad de compensar la rotación terrestre con un motor de seguimiento. Una exposición rápida de menos de un minuto con la cámara sobre un trípode a la máxima abertura del objetivo es una buena forma de iniciar nuestra galería personal de imágenes del bello cúmulo. Aunque las estrellas mostrarán un pequeño trazo debido al movimiento, no desvirtuará en absoluto la fotografía. Tras ese primer paso, los teleobjetivos —aquí el seguimiento es imprescindible— con distancias focales largas, de 250 a 400 mm., revelarán la espectacular nebulosidad azul. Y más adelante, las fotografías a foco directo con el telescopio permitirán resolver algunas de las parejas de estrellas.

En las madrugadas de julio, las Pléyades vuelven a destacar en el firmamento tras haber desaparecido en mayo y junio, cuando se encuentran en una perspectiva cercana a la del Sol durante las semanas próximas al solsticio que marca el inicio del verano en el hemisferio norte y del invierno en el hemisferio austral. Y en agosto, la presencia de las Pléyades sobre el horizonte este se combina, avanzada la madrugada, con la Vía Láctea cruzando la bóveda celeste y el espectáculo de la lluvia de estrellas fugaces (meteoros) de las Perseidas, conocidas popularmente como Lágrimas de san Lorenzo al coincidir el máximo de la lluvia con la festividad de este santo, que se celebra el 10 de agosto.

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