Clyde Tombaugh, descubridor de Plutón. (Foto: Observatorio Lowell)
Figuración del planeta enano Eris. (Imagen: NASA/JPL-Caltech)
Plutón (izquierda) y su luna Caronte. (Foto: NASA)
La Unión Astronómica Internacional (IAU) acordó el 24 de agosto de 2006 excluir a Plutón de la corte planetaria del Sistema Solar, que de esta manera ha visto reducido su número de planetas de nueve a ocho. La modificación introducida por la IAU es resultado de un largo proceso de debate que ha durado décadas entre la comunidad científica y que, en realidad, pese al mencionado acuerdo, no ha concluido todavía, puesto que no existe unanimidad sobre esta materia y miles de astrónomos —aficionados y profesionales— continúan considerando Plutón como un planeta.
En cualquier caso, dado que la IAU es el organismo internacional encargado de poner nombre a los cuerpos celestes, oficialmente Plutón dejó de ser un planeta el 24 de agosto de 2006 y actualmente se considera un “planeta enano”, de acuerdo con las nuevas definiciones que la citada institución ha aprobado. De esta forma, en la actualidad sólo habría ocho planetas en el Sistema Solar, que serían, por orden de distancia al Sol, los siguientes: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Plutón pasa a convertirse en “planeta enano”, definición que en parte a causa de la traducción al castellano de la denominación original inglesa parece tener una connotación peyorativa, pero que en realidad está basada en la nomenclatura astronómica, en la que es muy frecuente este tipo de términos. Así ocurre con algunas de las diferentes clases de estrellas, como las enanas rojas (en inglés, red dwarf) y las enanas blancas (white dwarf). Plutón es ahora, por decisión de la IAU, un planeta enano (dwarf planet).
Para comprender el debate protagonizado por la ciencia en torno a Plutón hay que analizar la historia y evolución de los descubrimientos astronómicos durante los últimos cien años. A principios del siglo XX numerosos astrónomos estaban convencidos de la existencia de un planeta de gran tamaño más allá de la órbita de Neptuno, este último descubierto en 1846 por Johann Galle gracias a los cálculos de Urbain Jean Joseph Le Verrier y John Couch Adams. Esta suposición llevó a numerosos observatorios a dedicar una parte de sus estudios a la búsqueda de dicho planeta, al que se llamó planeta X, hasta que en 1930 el astrónomo estadounidense Clyde Tombaugh descubrió Plutón desde el Observatorio Lowell, sito en Flagstaff (Arizona). Al principio, el hallazgo de Tombaugh pareció poner fin a la búsqueda, pero los datos de Plutón no concordaban con la presunción de la existencia de un planeta gigante en los confines del Sistema Solar, ya que era evidente que su tamaño era mucho menor que los de Urano y Neptuno.
Además de ello, durante la segunda mitad del siglo XX los cálculos científicos sobre el tamaño de Plutón han sufrido frecuentes vaivenes, pese a que llegaron a manejarse cifras del orden de los 5.000 kilómetros de diámetro que mantenían acreditada su condición de planeta. En 1978, el astrónomo norteamericano James Christy descubrió que Plutón no estaba solo y que tenía un satélite, de unos 1.300 kilómetros de diámetro, al que se llamó Caronte. Asimismo, estudios posteriores como los realizados con el Telescopio Espacial Hubble han ido reduciendo paulatinamente el diámetro de Plutón hasta las cifras actualmente aceptadas: unos 2.320 kilómetros, lo que le convirtió no sólo en el planeta más pequeño, sino también en un cuerpo menor que muchos de los satélites del Sistema Solar, incluida la Luna.
Pero la clave del dilema científico no reside tanto en el diminuto tamaño de Plutón como en el posterior descubrimiento de objetos celestes mayores que él y situados más allá de su órbita. Uno de estos objetos, que es el que ha agudizado el debate internacional, es Eris —primero denominado 2003 UB 313—, pero se cree que puede haber más cuerpos celestes similares que estarían más lejos del Sol que Plutón, algo que ya postuló hace algunas décadas el astrónomo Gerard Peter Kuiper, convencido de la existencia de un anillo de cuerpos celestes en esta remota región del Sistema Solar. A este halo se le denomina en la actualidad Cinturón de Kuiper, poblado por miles de objetos de diferentes tamaños, y algunos de ellos igual de grandes o mayores que Plutón. Aunque no hay una certeza total, se da por hecho que Eris tiene un tamaño como mínimo equivalente al de Plutón, aunque algunos investigadores apuntan a que el diámetro se aproximaría a los 3.000 kilómetros
En las nuevas definiciones introducidas por la Unión Astronómica Internacional sólo se admite como planeta a los cuerpos dominantes en su zona orbital, con una masa propia superior a la sumada por los demás objetos existentes en las proximidades, requisito que no cumple Plutón, cuya órbita cruza la de Neptuno y, por tanto, en determinadas épocas se sitúa más cerca del Sol. La actual definición de planeta de la IAU establece también que debe tratarse de un cuerpo celeste en órbita alrededor del Sol y con forma esférica, pero la exigencia de que sea el astro dominante en el entorno de su órbita excluye a Plutón de la categoría de planeta vigente. Según la IAU, los objetos que no cumplan estas características y que, por tanto, no puedan considerarse planetas serán denominados planetas enanos. Las resoluciones incluyen una tercera categoría: la de los cuerpos pequeños del Sistema Solar, como asteroides y cometas.
No es la primera vez que sucede algo así en el ámbito de la astronomía. Ceres, Pallas, Juno y Vesta, descubiertos a principios del siglo XIX, fueron considerados inicialmente planetas, pero después fueron desposeídos de ese concepto y catalogados como asteroides. Los cuatro se encuentran en el conocido Cinturón de Asteroides existente entre las órbitas de Marte y Júpiter, y sus diámetros oscilan entre los 248 kilómetros de Juno y los 940 de Ceres, al que ahora también afectan las modificaciones aprobadas por la IAU, de la misma forma que sucede con Eris. Éste y Ceres se consideran también planetas enanos, como Plutón, que además es reconocido como el prototipo de una nueva clase de objetos transneptunianos. Y la IAU ha anunciado que en los próximos años es previsible que aumente paulatinamente el número de planetas enanos, merced a la evidencia de que hay más objetos similares en las regiones remotas del Sistema Solar. En lo que concierne a Ceres hay que recordar que es la segunda modificación que sufre desde su descubrimiento, al pasar primero de planeta a asteroide y, ahora, de asteroide a planeta enano.
A pesar de que el concepto de planeta enano pudiera interpretarse, aparentemente, como una clase diferente de planeta —lo que para algunos sería, al fin y al cabo, un planeta—, la Unión Astronómica Internacional ha querido dejar claro este punto y en sus resoluciones aprobadas en la asamblea de agosto de 2006 subrayó que planeta y planeta enano son dos clases diferentes de objetos celestes, por lo que no cabe tal consideración. Ciertamente, pese a que la IAU es el organismo internacional competente en esta materia, millones de personas de todo el mundo seguirán considerando Plutón como un planeta, en especial decenas de miles de observadores del cielo. Independientemente de las consideraciones científicas, desde estos colectivos se aducen razones sociales, culturales e históricas para justificar la consideración de Plutón como un planeta más del Sistema Solar. Cuando fue descubierto por Clyde Tombaugh en 1930, la expectación suscitada forjó un debate mundial sobre el nombre con el que debía ser bautizado. En el observatorio Lowell, donde se produjo el hallazgo, se recibieron propuestas llegadas desde numerosos países del Globo, pero finalmente se aceptó la idea de una niña de 11 años residente en Oxford (Inglaterra), llamada Venetia Burney.
Las crónicas de la época cuentan que el abuelo de Venetia, que era bibliotecario, leyó a la pequeña la noticia del descubrimiento y ella se aprestó a decirle que el nuevo planeta debía llamarse como el dios romano. Tras recibir un telegrama con la propuesta, el observatorio norteamericano acabó aceptándola, pero lo cierto es que el beneplácito no se debió tanto a la elección del nombre de un dios romano como a la circunstancia de que las dos primeras letras de Plutón coincidían con las iniciales del astrónomo Percival Lowell, fundador del observatorio y principal precursor de la búsqueda de un planeta transneptuniano a principios del siglo XX.
Lowell creó su observatorio en la ciudad estadounidense de Flagstaff (Arizona) con diversos fines científicos, pero dos de ellos destacaban por encima del resto. Uno era el estudio de Marte, que en aquella época se creía habitado, y el otro era la búsqueda del planeta X. Pese a que Lowell ya había fallecido cuando Clyde Tombaugh localizó Plutón en 1930, el impacto del hallazgo tuvo un alcance mundial, puesto que era el primer planeta descubierto en el siglo XX. Su lejanía, con una distancia media al Sol de 5.900 millones de kilómetros, ha impedido que los telescopios revelen las características de su superficie, ya que la resolución óptica de los mejores instrumentos no es suficiente para mostrar detalles. Ésta es una de las razones por las que los debates y cálculos científicos sobre la naturaleza de Plutón han durado tantas décadas y, de hecho, aún continúan, porque salvo los aspectos básicos —diámetro, temperatura, etc.— se desconocen muchas cosas de la naturaleza de Plutón, cuya revelación queda reservada a las misiones espaciales que lo visiten en el futuro. La primera de ellas, bautizada por la NASA como Nuevos Horizontes fue lanzada al espacio en enero de 2006 y se encuentra actualmente en camino. Pero la distancia a recorrer es tan larga que llegará al encuentro de Plutón y Caronte en julio del año 2015, después de nueve años de periplo por el Sistema Solar, y más tarde, en el periodo 2016-2020, está previsto que recorra el Cinturón de Kuiper.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
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