2014-02-10
Releyendo a Eduard Fontseré encuentro su análisis sobre la presumible relación entre el régimen térmico y la incidencia de la peste bubónica en Barcelona durante las epidemias ocurridas en los siglos XV y XVI. Al parecer, la intensidad de la epidemia se disparaba a partir de los 16 ºC y disminuía por encima de los 26 ºC, según daba a entender el estudio de las gráficas con la curva de temperatura y las defunciones. Lo cierto es que el influjo de las variables atmosféricas y del estado del tiempo en general es uno de los grandes temas pendientes de la ciencia; sabemos más cosas que a mediados del siglo XX, cuando Fontseré reflexionaba sobre estas cuestiones, pero tampoco mucho más. Por ejemplo, este invierno, en el que la gripe y los procesos infecciosos están teniendo un notable protagonismo en España, mucha gente se pregunta acerca de la influencia de la temperatura y la humedad en estas dolencias. Hay muchas incertidumbres acerca del tema, pero una de las sospechas es que la saturación del aire, con humedades del 100% y la formación de nieblas, puede ser un buen caldo de cultivo para esas infecciones, especialmente en las ciudades, porque la contaminación producida por el tráfico juega un papel evidente en los altos índices de concentración de partículas en suspensión. La limpieza y calidad del aire, por tanto, es uno de nuestros mejores aliados frente a las amenazas habituales para la salud. Y hay que abrigarse bien, pero no en exceso. Las bajas temperaturas suponen una mayor exigencia para nuestro organismo, que necesita destinar más recursos para mantener el calor corporal, lo cual puede significar una bajada de defensas que aprovechan rápidamente los agentes infecciosos. Pero si a orillas del Mediterráneo tenemos viento de poniente, como muchos de estos días invernales, y el termómetro marca 22 ºC, no es aconsejable abrigarnos más de la cuenta, porque un sudor a destiempo puede ser muy traicionero y llevarnos a un enfriamiento. Queda mucho por investigar, aunque constantemente escuchamos a gente que asegura saber que lloverá porque se lo dice su rodilla o su espalda. Pero la realidad es que quedan incontables preguntas en el aire, como la posible influencia de las variaciones rápidas de presión atmosférica en migrañas, jaquecas y otros dolores que sufren frecuentemente muchas personas o el impacto del viento en el estado de ánimo. Según los testimonios que me ha expresado la gente, el viento gana por mayoría absoluta como actor meteorológico que genera más antipatías, mientras que la nieve, aunque tiene sus acérrimos enemigos, suele ser el más querido.
ILUSTRACIÓN: Descenso brusco de la presión atmosférica en el Observatorio de Torremocha del Jiloca durante la ciclogénesis explosiva del 19 de enero de 2013.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
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