El sistema binario de Sirius. La enana blanca es la de la derecha. Fuente de la imagen: Wikipedia/Niko Lang
Sirius B, la compañera oculta de la estrella Sirius, se asoma en la constelación de Canis Major. Se trata de una enana blanca que ha protagonizado grandes misterios astronómicos y que sólo es visible en determinadas épocas. Ahora se encuentra en la fase de su órbita en la que inicia su máxima separación de Sirius A, la estrella principal del sistema, muy popular al tratarse de la más brillante del cielo nocturno. De aquí al año 2025, Sirius B se separará paulatinamente de su hermana mayor, aunque actualmente ya está lo suficientemente alejada para que pueda observarse con algunos telescopios. Cuando están juntas, el resplandor de Sirius A eclipsa al de su compañera enana blanca, pero en las etapas más lejanas de su órbita, Sirius B brilla tenuemente en el ocular de los telescopios. Así sucedió en 1862, cuando el óptico estadounidense Alvan Graham Clark la descubrió por casualidad cuando probaba la calidad de uno de los telescopios refractores fabricados por él mismo. Décadas antes, el astrónomo alemán Friedrich Bessel detectó anomalías en Sirius y sugirió que se trataba de un sistema estelar binario. El hallazgo de Clark le dio la razón.
Sirius B es un icono de la historia de la astronomía rodeado de misterios, algunos no resueltos. Uno de los más controvertidos es el del culto que los Dogon profesan en Malí a la “compañera negra” de Sirius. Según la tradición, este culto data de tiempos inmemoriales, lo cual es una contradicción, ya que la ciencia no conoció hasta 1862 que Sirius es un sistema estelar binario. Durante el siglo XX se llegó a decir que los conocimientos de los Dogon acreditaban que este pueblo había recibido extraterrestres en el pasado. Sin embargo, lo que sí está comprobado es que dicha etnia fue visitada por misioneros europeos después del descubrimiento de Sirius B, lo que abre la puerta a que fueran informados del asunto.
En cambio, aún se desconoce por qué algunos de los grandes astrónomos y filósofos de la antigüedad describieron a Sirius como una estrella roja. Ni entonces ni ahora era posible distinguir a simple vista que se trata de un sistema de dos estrellas, por lo que la imagen que vemos a ojo desnudo es producto del resplandor conjunto de ambas componentes. Y tanto Sirius A como Sirius B son blancas, por lo que el color que vemos es ése. Asimismo, los cambios en la evolución estelar se labran en millones de años, pero raramente en varios siglos. ¿Por qué, pues, Ptolomeo, Séneca y Cicerón se refirieron a Sirius como una estrella roja?
Una hipótesis en que, antes de transformarse en enana blanca, Sirius B hubiese pasado por la etapa de gigante roja, dando esa tonalidad dominante al sistema. El problema es que el paso de gigante roja a enana blanca —la etapa actual— requiere millones de años, por lo que es difícil que este argumento explique el enigma.
Otra hipótesis es que algunas de las observaciones de la antigüedad se hiciesen con Sirius a ras de horizonte, lo que hubiese favorecido una tonalidad roja por el efecto de la atmósfera en la luz de los astros. Se trata del mismo proceso de refracción de la luz que ocurre cuando el Sol está muy bajo sobre el horizonte y lo contemplamos con un bello color rojizo. Pero resulta ingenuo pensar que Ptolomeo, que conocía muy bien el firmamento, no se diera cuenta de ello.
Pero Sirius B también es un espejo para contemplar el futuro del Sol Dentro de miles de millones de años, cuando agote su combustible nuclear, nuestra estrella se convertirá en gigante roja y se hinchará hasta tragarse la Tierra.
Después se contraerá por gravedad hasta reducirse al tamaño de la Tierra y formar una enana blanca parecida a Sirius B. Como en ésta, su densidad será tan grande que un fragmento de su materia del tamaño de una pelota pesará varias toneladas.
"Aun a pesar de tener relojes rotos en los baúles, en las Nubes de Magallanes se guardan los más absolutos y recónditos momentos"
Carmen Cortelles
Estrellas y borrascas
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